El acto de graduación de la vigésima promoción de la ECAM se celebró 18 de septiembre de 2017, en el cine Capitol. Durante la ceremonia, se rindió homenaje al director Jaime Chávarri, se proyectaron las prácticas finales, y se entregaron los diplomas a los alumnos.
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Para el padrino de la promoción, el discurso es obligado.
Muchas gracias a la dirección de la ECAM, y en especial a Carlos de Dorremoechea, que me ha brindado la oportunidad de volver un curso más a aprender de los alumnos.
Enhorabuena a los diplomados de este nuevo plan de estudios, ya consolidado. Esta etapa de vuestra vida se ha terminado. Han pasado los tres cursos de la escuela: la presentación en primero, con la importante decisión de qué especialidad cursar los dos años siguientes; el nudo, en segundo, lleno de peripecias, en el que pudisteis perfeccionar vuestras herramientas de trabajo; y por fin tercero, con la libertad de grabar, o incluso rodar, una “práctica conjunta” que, en el fondo, todos consideramos un cortometraje profesional: nuestra tesis final, el desenlace.
Siguiendo la misma idea, estamos ante lo que parece el epílogo a estos tres años de escuela.
La ECAM es muy dura y exigente, y requiere un compromiso mayor que el muchos estudios universitarios. Acostumbrarse a jornadas de 12, 14 ó 16 horas será de utilidad para algunos de los trabajos que os esperan, y no hablo de explotación: es imposible, para un autor, no llevarse trabajo a casa… para seguir escribiendo, dibujando, revisando fotos de localizaciones o debatiendo en interminables reuniones, por Skype o presenciales (con cervezas).
Habréis sufrido mucho más que las jornadas interminables en estos tres años: estrés, frustraciones, conflictos personales… pero, transcurridos ahora varios meses desde el final de las clases y las últimas entregas, es probable que miréis hacia atrás y os parezca que los tres años de escuela han pasado en un abrir y cerrar de ojos. “In ictu oculi”, como pintaría Valdés Leal… o susurraría John Keating. Hoy podéis salir de este cine satisfechos, con esa sensación tan gratificante de que la película se os ha hecho corta.
En un abrir y cerrar de ojos han pasado los años de colegio, de instituto, y de los estudios superiores. Incluso si vais a complementar esta diplomatura con otros cursos, como alguno de mis alumnos, el tiempo pasará veloz.
A mis hijas les digo a menudo que, para vencer a la muerte, hay que aprovechar el tiempo. El primer año de escuela nos advirtieron, en una de las clases introductorias, que la vida tiene un número finito de proyectos en los que participar, algunos apasionantes, y otros necesarios para pagar el alquiler.
Habréis escuchado ya que la ECAM es más que una escuela de cine: también es una herramienta que vais a tener disponible en el futuro, durante vuestra carrera laboral. Para mí fue la oportunidad de trabajar en el cine por primera vez, de la mano de mi tutor, Rafael Palmero. Gracias a la escuela tuve la fortuna de conocerle, y de trabar amistad con él. Me dio un consejo muy importante: “si tienes que elegir entre dos proyectos, uno modesto que puedes empezar esta misma semana, y una gran película que va a salir más adelante, coge siempre el que te dé el contrato primero”.
Bien, si hubiera hecho caso a mi maestro, después de un parón no habría rodado con él Teresa, de Ray Loriga. Y en ese proyecto, precisamente, conocí a Julián Martín (Julianín), y a Javier Toledo, dos magníficos profesionales, ahora dos buenos amigos (y profesores de la escuela)… y a Juan Peguero, que murió el año pasado.
Gracias a las personas con las que tuve la suerte de coincidir en mis primeros trabajos, años más tarde pude llegar a conocer y trabajar con algunos de los creadores de mis películas favoritas (incluso dos de mis cinco principales).
“El proyecto que escojas será el bueno”, también acostumbraba a decir Rafael; es decir, no te arrepientes ni le des más vueltas, una vez tomada la decisión. Claro, que no siempre se puede esperar a esa gran película (o esa gran serie, en esta edad dorada de la ficción televisiva), ya que efectivamente, hay que pagar el alquiler. Y es probable que os encontréis rodeados de pronto por una caterva de personas que, como en cualquier otra profesión, os intentarán imponer su conformismo, su “el cine es una industria”, su “esto son lentejas”. Los profesionales solemos tener familia, hijos, facturas… y a menudo vemos más cine de palomitas que de autor.
¿Dónde estarán entonces esos compañeros con los que te quedabas trabajando día y noche sin cobrar y sin dejar de hablar de cine? Se habrán quedado atrás, en los cortometrajes de esta etapa de vuestra vida que, como decíamos, ha acabado. Ese será el momento de volver a la escuela (a sus nuevas instalaciones abiertas a todos los Alumni), reunirse con un par de entusiastas con agallas y montar un proyecto nuevo.
En mis tres años de ECAM aprendí mucho más que en la universidad; no sólo historia del mueble y técnica cinematográfica, también llamar por teléfono a un proveedor para conseguir algo imposible, sin tiempo y sin presupuesto suficientes; y, por encima de todo, el trabajo en equipo. Esta profesión reúne a muchos lobos esteparios, y los obliga a trabajar juntos, por simple necesidad. Y ocurre que el entusiasmo y las agallas son tan contagiosos como la pereza y el miedo.
Conservo la amistad con el director de mi práctica final, Jaime Alonso de Linaje, y el contacto con varios de mis compañeros de especialidad, ahora colegas. Mi socio, Luis Valleaguado, es profesor de dibujo asistido por ordenador en el curso común de primero; y mi prometida, María José Martínez Ruiz, imparte los seminarios de documentación en segundo de Dirección Artística. Incluso algunos de los puestos de gestión y dirección de la escuela los ocupan ahora mis antiguos compañeros de promoción (la sexta promoción de la ECAM): Luis Ferrón, o Pablo Pérez, con el que también trabajé en la serie Toledo. Cruce de Destinos. Es imposible evitar la sensación de estar en casa. Podés hacer lo mismo: olvidaos del epílogo, y seguid aprovechando los recursos de la escuela.
Bienvenidos a una profesión muy dura: el esfuerzo merece la pena. La vida se pasará en un abrir y cerrar de ojos, pero algunas de vuestras películas serán eternas.
Voy a terminar con otra cita de Rafael Palmero:“cuando estés en rodaje, siempre que puedas comer, come; siempre que puedas dormir, duerme… porque nunca sabrás cuándo podrás volver a hacerlo.”